Por Armando Pérez Araújo
…La
anterior frase fue pronunciada por el papa a su llegada al país, ante todos los obispos colombianos en su discurso de 07-09-2017. La
expresión de nuestro gran papa, es decir, entendida en el contexto de su locución inaugural,
pertinente y completa, que justifica el título de esta columna, fue edificada de
la siguiente manera: … “Vengo para anunciar a Cristo y para cumplir
en su nombre un itinerario de paz y reconciliación. ¡Cristo es nuestra paz! ¡Él
nos ha reconciliado con Dios y entre nosotros! “Por esto, como
peregrino, me dirijo a su Iglesia. De ustedes soy hermano, deseoso de compartir
a Cristo Resucitado para quien ningún muro es perenne, ningún miedo es
indestructible, ninguna plaga es incurable”. Significa, que el
perentorio llamado del Santo Papa, que fue una especie de advertencia desde
aquél entonces a los obispos de Colombia, y el nuestro, el de La Guajira no podría
ser la excepción, ya que su manifestación fue sin duda refiriéndose a la
doctrina del mismísimo Cristo, resaltando que su intención, no era acuñar una
afortunada frase suya y volverla viral, como se dice ahora, sino abundar en
recursos del más alto calado social de la iglesia católica, para que fuese
inolvidable y ojalá recurrente y tenida en cuenta en todos los rincones del
país. Por esa razón, las vigorosas y valientes manifestaciones del otro Francisco,
el nuestro, el obispo Francisco Ceballos, expresadas en el sentido lenguaje,
con profundo y transparente comunicado público, ampliamente difundido, hace
apenas un par de semanas, nos merecen la mayor credibilidad, el total respeto y
absoluto acatamiento. Lo anterior lo expreso con la mayor humildad, pero con la
autoridad que me nace de la imborrable circunstancia de haberme formado en una
familia católica y de haber sido profundamente crítico y contradictor de las
enseñanzas y prácticas de otros obispos y sacerdotes que, en La Guajira
indígena y afrodescendiente, se pusieron del lado de los intereses oscuros de
la minería abusiva y en contra de los humildes habitantes de este departamento.
Volviendo al tema de esta columna y recordemos que, en esa misma ocasión, en el
mismo discurso, el Santo Papa también les dijo a los obispos de Colombia lo
siguiente: “Los invito a no tener
miedo de tocar la carne herida de la propia historia y de la historia de su
gente. Háganlo con humildad, sin la vana pretensión de protagonismo, y
con el corazón indiviso, libre de compromisos o servilismos. Sólo Dios es Señor
y a ninguna otra causa se debe someter nuestra alma de pastores”. Colombia tiene necesidad de su mirada propia
de obispos, para sostenerla en el coraje del primer paso hacia la paz
definitiva, la reconciliación, hacia la abdicación de la violencia como método,
la superación de las desigualdades que son la raíz de tantos sufrimientos, la
renuncia al camino fácil, pero sin salida de la corrupción, la paciente y
perseverante consolidación de la “res publica” que requiere la superación de la
miseria y de la desigualdad.”
LOS SARMIENTOS
Adicionalmente,
el Santo Padre Francisco, se refirió en aquél entonces a los sarmientos,
exhortando el auto reconocimiento como pámpanos, vástagos, greñas, rastros, de
ninguna manera aludiendo con esos términos a los poderosos Sarmientos que ahora
recorren La Guajira, derramando bendiciones económicas de la mano de otros
poderosos de turno. Cedo de nuevo la palabra al papa Francisco:
“Dios nos precede, somos sarmientos y no
la vid. Por tanto, no enmudezcan
la voz de Aquel que los ha llamado ni se ilusionen en que sea la
suma de sus pobres virtudes o los halagos de los poderosos de turno quienes
aseguran el resultado de la misión que les ha confiado Dios. Al contrario,
mendiguen en la oración cuando no puedan dar ni darse, para que tengan algo que
ofrecer a aquellos que se acercan constantemente a sus corazones de pastores.
La oración en la vida del obispo es la savia vital que pasa por la vid, sin la
cual el sarmiento se marchita volviéndose infecundo. Por tanto, luchen con
Dios, y más todavía en la noche de su ausencia, hasta que Él no los bendiga
(cf. Gn 32,25-27). Las heridas de esa cotidiana y prioritaria batalla en la
oración serán fuente de curación para ustedes; serán heridos por Dios para
hacerse capaces de curar”.
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