Me estoy imaginando un
escenario ideal para una ineludible discusión sobre la suerte de los ríos de La
Guajira frente al tema de la minería y otros fenómenos. Sea como parte del
imprescindible debate sobre la supervivencia de los ríos o alrededor del
componente del desarrollo sostenible frente al entorno de los mismos. O respecto
de ambos tópicos, que sería lo deseable y, digamos, lo más aconsejable en estos
momentos de sensibilización a nivel global. A raíz de la visita a Colombia de
dos expertos internacionales en estos temas, Joan Martínez Alier y Gunter
Pauli, y no es la oportunidad de alinearnos con la postura de uno u otro personaje,
saltan a la palestra de minería y medio ambiente varios argumentos de una y
otra posición ideológica. Simplemente, quiero rescatar y aprovechar de la
artillería de ambos lo más adaptable a nuestro caso concreto, para no entrar en
consideraciones abstractas y fuera de contexto práctico. Tampoco, en esta
oportunidad, incluyo las serias y profundas consideraciones relativas a los
derechos específicos de los pueblos indígenas y afrocolombianos, asunto de
marca mayor y de rango superior en el concierto del respeto y protección de los
derechos humanos internacionales. Ello será materia de un análisis posterior y
especial.
Me gusta, por ejemplo, la
crítica que hace Martínez Alier a lo que podrían ser los desastrosos efectos de
la llamada locomotora minera, si no se tienen en cuenta los costos sociales y
ambientales de la contigüidad de la minería. Nadie puede oponerse a semejante
aseveración. De la misma manera que es imposible no comulgar con la advertencia
de este eminente catalán cuando censura decisiones o tendencias que impliquen
extraer petróleo del Amazonas, lado colombiano, o ecuatoriano, como ocurre con
el sensible caso del Parque Nacional Yasuní, en el vecino país, calificado como
Reserva Mundial de la Biosfera. Y resaltemos que no se necesita ser tan eminente
para rechazar la posibilidad de destruir el páramo de Santurbán, dizque para
proteger la extracción del oro en ese precioso lugar de nuestra patria, o para
cuestionar y condenar la amenaza a que está expuesta la región de Cajamarca en
el Tolima, por la misma motivación aurífera. Casos como estos abundan en Perú,
Bolivia, Filipinas, India, inclusive en La Guajira, para no ir muy lejos, etcétera,
donde no cabe la posibilidad de jugar contra la conservación del medio ambiente,
en términos macros, graves e irreparables, arriesgando la existencia misma de
la naturaleza.
Por otra parte, es muy
difícil y complicado comulgar íntegramente con el señor Gunter Pauli, pero hay
cosas de su repertorio ecológico que nos parecen inteligentes, apropiadas y,
particularmente, pertinentes. No sé hasta donde sea útil su propuesta de sembrar
20.000 hectáreas de guadua para compensar y remediar el impacto producido por
Anglo Gold Ashanti en el Tolima, pero lo cierto es que hay muchos temas de la
artillería de este prestigioso belga que nos ponen a pensar sobre una batalla
que más temprano que tarde tendremos que librar en La Guajira para recuperar la
salud de los ríos y garantizarles su existencia futura. Poseemos problemas, como dijera Pedro
el Escamoso, con los ríos de La Guajira. Digámoslo enseguida y sin tapujos:
el Río Ranchería, que ya no es el monumental y vigoroso caudal de agua superficial
de otrora, está en franco y fatal deterioro desde hace varias décadas,
atribuible a causas de diversa índole y rango. Las mismas causas que en otras
latitudes departamentales están actuando u omitiendo responsabilidades,
permitiendo, ocasionando, sean personas de carne y hueso o empresas, entidades
administrativas o de control, en otros sitios clave del desarrollo, de la
economía y la vida de la región, llámense Río Palomino, Río San Salvador, Río
Negro, Río Ancho, Río Cañas, Río Mamey, Pozo La Danta, Río Jerez, María Mina,
Río Tapias, para no mencionar nada más que este sagrado puñado de fuentes de
agua pura que a veces se resiste a la agresión y reacciona furioso contra lo
que encuentra a su paso, inundando poblados, generando avalanchas, destruyendo
casas y cultivos, es decir, pronunciándose de manera grosera y estrepitosa para
llamarnos la atención.
Volviendo al señor Gunter
Pauli, quien dice haber contratado con Anglo Gold Ashanti la siembra de cien
hectáreas de guadua, como cuota inicial de su estrategia de veinte mil, en compensación
social y económica aplicada al caso de Cajamarca, Tolima, independientemente de
que ese caso específico es diferente y mucho más grave que el nuestro, a mí me
suena mucho la idea de rodear todos nuestros ríos de guadua, incluyendo, por
supuesto, las zonas adyacentes al Río Ranchería. Nos haríamos interminables
hablando de las propiedades ecológicas de la guadua y sus beneficios
económicos, inclusive, en el campo de la medicina y la alimentación. Lo que
interesa ahora es proponer en el debate que ya tiene que empezar, sobre las reglas
del modelo de compensación económica y ecológica, este parámetro interesante y
viable de una nueva y alternativa economía. Pienso que para La Guajira
estaríamos hablando de cuarenta o cincuenta mil hectáreas de guadua, como una
medida cortoplacista y de choque.
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