UN CIERRE DE MINA JUSTO PARA LA GUAJIRA
Por Armando Pérez Araújo
Al paso que vamos el fenómeno del CIERRE DE MINA, en
el caso Cerrejón, se va a desperdiciar, en vez de aprovecharse como la gran
oportunidad que es, salvo que, entre todos, pongamos nuestro granito de arena para colocar el primer ladrillo de un
exigente edificio que, en la práctica, no en la teoría, como ocurrió con el
ejercicio predictivo que hicimos con algunos dirigentes sociales y políticos de
La Guajira, cuando idealizamos una especie de maqueta soñada, en beneficio de la
paz de esta importante región del país. Lo primero, por supuesto, debería ser
adoptar el criterio de que el Cierre y Abandono de la Mina, insisto, debería
ser la gran oportunidad para transformar radicalmente la suerte social del
departamento, conforme a las muy variadas características medioambientales,
especialmente la particular composición político territorial del espacio
multicultural y pluriétnico de esta región binacional del país. De acuerdo con
la información disponible y el concreto análisis que hemos hecho sobre
legislaciones de cierre de minas de países con similar tradición minera, además,
estudiar la propia legislación colombiana, hemos comprobado que no existe la
necesidad de expedir una ley que regule específicamente el cierre y abandono de
minas en Colombia, que no significa que sobre que se allane de la mejor manera
las falencias que se hallan al respecto. Si bien esa materia no existe de manera
codificada, podemos afirmar que se encuentran normas diseminadas en leyes y
decretos sobre tales normativas ambientales y mineras, delimitadas
jurídicamente, resaltando de manera especial la Ley 99 de 1993, el Decreto-Ley
2811 de 1974, la Ley 685 de 2001, la propia Constitución Política, el Acuerdo
de la Habana, tratados internacionales, entre otras.
También, al paso que vamos,
estamos desperdiciando los vientos del gobierno progresista del presidente
Petro, que es nuestro cuarto de hora válido, hay que reconocerlo, para
desatrasar las tareas que se han debido implementar en la dirección de
organizar la bienvenida al fenómeno del Cierre de la Mina Justo de Cerrejón. Por
lo tanto, el ejercicio que tenemos que hacer con urgencia es empezar a pensar,
desde ahora, desde ya, sobre cómo saber conversar con el gobierno nacional,
incluso, aprender un poco tarde a apoyar al gobierno que ayudamos a elegir,
para asegurarnos, por ejemplo, que más de cincuenta mil hectáreas de tierras
potencialmente productivas alrededor de la mina, sean urgentemente restituidas
mediante algún procedimiento razonable y gradual a campesinos indígenas y
afrocolombianos oriundos de ese mismo territorio. Ya es hora que una buena
cantidad de estas tierras, de consuno, de forma solidaria, gobierno, empresa
minera, comunidades y dirigentes sociales y políticos, entremos a dialogar
sobre cómo construir el mecanismo jurídico justo y expedito que permita, por lo
menos, retornar al escenario productivo una buena cantidad de esas tierras
fértiles en la dirección de la búsqueda de la ideal soberanía alimentaria. De
contera, no nos parecen prudentes, ni apropiados, ni mucho menos aconsejables,
los ligeros anuncios de la señora viceministra de minas y energía, cuando
manifiesta la vocación del gobierno nacional de reindustrializar a La Guajira,
asunto que suena muy simple, porque denota el afán de implementar para las
comunidades, algo más de lo mismo, es decir, no tocar el punto álgido de la
deuda territorial que es prioritario subsanarla.
Deberíamos estar organizando,
señora Vice, una lluvia de iniciativas e ideas de lo que sería una coherente
propuesta con lo que predica Petro, por ejemplo, respecto a una empresa de
economía mixta de carga, de pasajeros y turística, con capital público y
privado, con participación accionaria de las comunidades dueñas del territorio
étnico, que maneje el recurso portuario, aeroportuario y ferrocarrilero, de lo
que es hoy propiedad del consorcio minero de Cerrejón. También, reflexionar
sobre la suerte del sofisticado campamento y las demás instalaciones anexas de
lo que hoy es el complejo industrial y habitacional Mushaisa, en donde ojalá
cuaje lo que alguna vez pensamos que podría ser el escenario para el campus y
demás componentes de lo que sería el espacio para la mejor universidad del
caribe, la Universidad de la Paz.
El gran resumen de todo es que la
anhelada transición energética justa
en La Guajira, no será posible si no se implementa el cierre de mina justo y razonable. Ambos episodios, claves para la
justicia social y ambiental de la península, deben resolver la gran deuda
territorial que aflige a las comunidades étnicas. Por un lado, restituirles
al pueblo wayuu y afro el territorio cercenado, desde lo ocurrido con la
constitución del inútil Resguardo de la Alta y Media Guajira y sus consecuentes
y estratégicas reservas territoriales basadas en la farsa de que eran tierras
baldías, hasta lo sucedido con el establecimiento de proyectos eólicos masivos e
invasivos en el mismo territorio “resguardado”. Estos últimos ejercicios, aún
susceptible de revisarlos social y jurídicamente hablando, antes de que se
configuren como parte de una irreversible conflictividad que haga inviable la
esperada generación de energía limpia.
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