Por Armando Pérez Araújo
La decisión del presidente Trump de agredir en lo
personal al presidente Petro, su familia y círculo cercano, además de
desconsiderada con las instituciones norteamericanas, toca profundamente los intereses
de la sociedad de carne y hueso del otrora respetable país del norte. Se
equivocan quienes piensan que el insólito trancazo de incluir a la primera dama
Verónica Alcocer, que la reconocemos como la primera dama, aunque se presten
para discusión las frases del mandatario en un contexto de consideración y
solidaridad con ella, al hijo del presidente, Nicolás Petro, al ministro del Interior, Armando
Benedetti y al mismo mandatario, en la lista de Nacionales Especialmente
Designados, manejada por la Oficina de Control de Activos Extranjeros (OFAC),
del Departamento del Tesoro de Estados Unidos, significa una demostración de
poderío imperial del condenado presidente gringo. Al contrario, la extravagante
e ilegal medida de involucrar absurda e injustamente en la lista que ha sido
usada históricamente para señalar a narcotraficantes y a sus aliados, de tal
forma que sean sancionados y perseguidos por todas las autoridades que puedan
hacerlo, constituye un desconcertante y desmedido abuso, que ha suscitado
internamente en Estados Unidos calificaciones cercanas a la debilidad y
cobardía del convicto mandatario, incluso, se promueve, a raíz de estos ataques
a Colombia y Venezuela, la probabilidad de que le sea declarada la interdicción
judicial por incapaz y torpe en el manejo de los intereses superiores de ese
país.
Añadamos a
la anterior circunstancia colombiana las injerencias visiblemente políticas,
igualmente extravagantes, en los asuntos internos de la hermana República Bolivariana
de Venezuela, referidas a las constantes amenazas y groserías contra el
gobierno de nuestros vecinos, pasando por el asesinato de pescadores
venezolanos y/o colombianos y el aleve involucramiento en la manchada
designación de la señora Machado en el desprestigiado galardón de Oslo. Creemos,
por esas y otras razones que, en las próximas elecciones colombianas, las de
marzo y las de mayo, el convicto presidente nos ha servido en bandeja de plata a
los demócratas de Unitarios, del Pacto Histórico y los de cualquier otra denominación
con banderas progresistas, para ganar ampliamente las mayorías necesarias para
transformar sin tener que juntarnos con malas compañías. Lo mismo ocurrirá en la
Venezuela hermana, porque allá, por culpa de erráticas rabietas imperiales del
magnate frustrado, ahora cuentan, no sólo con un aliado presidente
latinoamericano armado con un megáfono en las calles de Nueva York, sino con un
mensaje que ha calado en muchos lugares del mundo y especialmente en el corazón
de todos los latinoamericanos.
Me dicen,
que en el parque de mi natal Sincé, que antes era la plaza de las espontáneas
tertulias del pueblo, por antonomasia rincón conservador de la costa
colombiana, hoy hacen el raro ejercicio intelectual los sabiondos del
municipio, discutiendo públicamente si es que la responsabilidad de la debacle
que se advierte en la política de la derecha colombiana está en cabeza del
improvisado y desprestigiado cartel de los sapos que inventaron calumnias para
viajar a Washington a encontrarse con Leiva y visitar a Rubio para indisponer a
Petro, o si los responsables tienen que ver con las travesuras de la casa
Pastrana y los hermanos Moreno, quienes fungen como ex colombianos con su
propia agenda de negocios. En todo caso, lo que se percibe es que, como
consecuencia de los encontronazos de Trump y Petro, el primer resultado político
que se reconoce es la necesidad de sacudirnos del ahora explicito yugo
imperialista y unipolar y buscar nuevos caminos y visas para otros horizontes
sin humillaciones ni tiranías.
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