AL OÍDO DEL GOBERNADOR (2)
Por: Armando Pérez Araújo
En alguna parte del variado y
caudaloso volumen de declaraciones públicas del mandatario departamental, desde
el arribo a su breve período, pude percibir su razonable temor por lo que
podría representar la reapertura de la frontera para la estabilidad social del
entorno fronterizo colombiano. No es para menos, habida cuenta de la
estruendosa calamidad económica reinante en hermano país y el previsible y
obvio desbarajuste de precios que se generaría en el ámbito fronterizo. Lo
grave de esa tozuda realidad es que, adicional al sinnúmero de situaciones
emanadas de la profunda brecha cambiaria y del terrible desabastecimiento del
país vecino, el mandatario paisa y el gobierno nacional tendrán que acatar los
instructivos de la Constitución Política, del bloque de constitucionalidad y de
sentencias con efectos erga omnes,
respecto al ineludible enfoque territorial étnico fronterizo del desarrollo social,
político y económico de la zona, máxime si estamos en tiempos de implementación
de los acuerdos definitivos de paz que se ven venir, o que llegaron para
quedarse, según los cuales no sería dado desconocer y pasar por arriba de los
derechos territoriales del pueblo wayuu. Nos parece loable que nuestro flamante
gobernante paisa se esmere con anticipación plausible a prever y prevenir la
tremenda debacle episódica que se aproxima si es que en Agosto se reabre la
frontera.
Pero lo que hemos denominado como bomba tiempo (ver nuestra
Bomba de Tiempo 4,www.pensamientocaribe.blogspot.com) es el inminente estallido social,
léase, mierdero, que nos espera, si esta parte del país, o mejor, de ambos
países, no se pellizcan y atacan la enfermedad por dónde es. De nuestro lado
colombiano lo que corresponde es aplicar la Constitución del 91, desarrollarla,
en vez de atropellarla de manera vulgar. En materia de derechos indígenas la Carta
de navegación se fue hace rato para el canasto de la basura. Nació encaminada a
servirle sólo a las camarillas de la politiquería departamental, inclusive, dio
lugar al desbordado crecimiento de las fuerzas politiqueras dominantes que hoy
hacen y deshacen, contrarias a la suerte e intereses de los nativos. La
Autonomía Indígena, por ejemplo, que debería ser la herramienta jurídica para
la paz de la región, ocasionó todo lo contrario: generó inimaginable división
de la etnia, inclusive, al interior de las familias, y catapultó el más
corrupto modelo de esclavitud contemporánea en La Guajira, que avergüenza y
tiene en el ojo del huracán a toda la sociedad departamental, diariamente en
los remolinos de primeras páginas de la prensa local y nacional. ¡La hecatombe
llegó y se quedó, carajo!, es lo que algunos diagnostican y condenan
desesperados, pero recordemos que hay una ley inexorable, la política no es la
excepción, que dice que “todo tiene un límite en la vida y lo que no tiene
bases se cae”.
Que no nos quede duda entonces, señor gobernador (E), que
tenemos que empezar a proponer soluciones constitucionales viables y novedosas,
respecto a las evidentes ventajas y potencialidades del territorio indígena, en
vez de perseguir simples franquicias aduaneras para el comercio, abstrayéndonos
de la superioridad del argumento de mayor jerarquía disponible, despreciando
los extraordinarios privilegios de la plataforma jurídica wayuu. Ya lo hemos
explicado abundantemente: se equivocan quienes pretenden negar que La Guajira
es una realidad diferente y que requiere una vía constitucional diferenciada.
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