AL OÍDO DEL GOBERNADOR: (1)
El mensaje del gobernador encargado
al segundo encuentro de columnistas del Diario del Norte, el viernes pasado, se
caracterizó por exhortar al grupo de colaboradores del principal medio escrito
a opinar de manera especial sobre la problemática wayuu. Seguramente, lo que
clamaba era nuestra ayuda para dilucidar el difícil tópico de gobernabilidad
indígena que percibió, a propósito de que el periódico nos convocó para
estimular la mayor reflexión posible sobre la grave crisis institucional de La
Guajira en términos obviamente generales. A lo mejor, nuestro gobernador paisa
entendió, sin mucho apuro y desde un comienzo de su breve encargo, que el
componente indígena tiene un importante valor agregado imposible de eludir a la
hora de tomar acertadas decisiones administrativas, máxime si lo que se pretende
es atajar o morigerar con urgencia la profunda crisis institucional y política
de La Guajira y que, además, existe un compromiso del Gobierno Nacional, entre
otros, de implementar el Decreto 1953 de 2014 cuyo esencial objetivo es
consolidar la Autonomía y Autodeterminación de los Pueblos Indígenas, mientras
ocurren los esperados sucesos legislativos para darle desarrollo y cumplimiento
al deseo del constituyente de aplicar el artículo 329 de la Constitución
Política.
Para no salirnos del tema, doctor Vélez, debemos distinguir entre la cuestión coyuntural del fenómeno mediático de la prensa, la obvia reacción explosiva de las redes sociales y el asunto eminentemente estructural de la profunda marginalidad, pobreza y hambre de La Guajira, de La Guajira Wayuu, que es donde hoy está encuadrada la gran preocupación nacional y la suya como efímero gobernante de turno, sin desconocer lo que ocurre en la otra latitud social. En el nivel no estructural de la crisis podríamos incluir la que hemos denominado corrupción contemporánea, es decir, todo lo que se ha dicho que ocurre en el ICBF, el inservible Sistema de Salud Pública, la politiquería de las entidades territoriales, el fenómeno del niño, los injustos veranos del desierto, etc. Incluso, si quisiéramos, podríamos enlistar en ese rango a todo lo malo que se pueda decir del presidente Maduro y su explicable cierre de frontera, lo mismo que los perversos hábitos electorales de la politiquería nacional que contagiaron y fracturaron con su ejemplo la dinámica del pueblo Wayuu. Imposible, además, eludir a la hora del debate académico el examen de las responsabilidades colectivas, grupales e individuales, aunque ese debería ser el principal reto de los organismos de control, los cuales, dicho sea de paso, también han incurrido en evidente complicidad y encubrimiento, por lo menos en grave omisión de sus funciones. Y si quisiéramos detenernos en el examen de los orígenes de la corrupción republicana, que parecería ser sistémica, estaríamos forzados a encontrar en la médula del despelote institucional a importantes personalidades y partidos de la política nacional. Claramente, doctor Vélez, no se trata de justificar, defender o exculpar a los jefes y grupos políticos de La Guajira, pero sí de contextualizar correctamente el análisis y derivar de ese propósito unas conclusiones serias sobre un tema que indiscutiblemente tiene profundas raíces nacionales.
Para no salirnos del tema, doctor Vélez, debemos distinguir entre la cuestión coyuntural del fenómeno mediático de la prensa, la obvia reacción explosiva de las redes sociales y el asunto eminentemente estructural de la profunda marginalidad, pobreza y hambre de La Guajira, de La Guajira Wayuu, que es donde hoy está encuadrada la gran preocupación nacional y la suya como efímero gobernante de turno, sin desconocer lo que ocurre en la otra latitud social. En el nivel no estructural de la crisis podríamos incluir la que hemos denominado corrupción contemporánea, es decir, todo lo que se ha dicho que ocurre en el ICBF, el inservible Sistema de Salud Pública, la politiquería de las entidades territoriales, el fenómeno del niño, los injustos veranos del desierto, etc. Incluso, si quisiéramos, podríamos enlistar en ese rango a todo lo malo que se pueda decir del presidente Maduro y su explicable cierre de frontera, lo mismo que los perversos hábitos electorales de la politiquería nacional que contagiaron y fracturaron con su ejemplo la dinámica del pueblo Wayuu. Imposible, además, eludir a la hora del debate académico el examen de las responsabilidades colectivas, grupales e individuales, aunque ese debería ser el principal reto de los organismos de control, los cuales, dicho sea de paso, también han incurrido en evidente complicidad y encubrimiento, por lo menos en grave omisión de sus funciones. Y si quisiéramos detenernos en el examen de los orígenes de la corrupción republicana, que parecería ser sistémica, estaríamos forzados a encontrar en la médula del despelote institucional a importantes personalidades y partidos de la política nacional. Claramente, doctor Vélez, no se trata de justificar, defender o exculpar a los jefes y grupos políticos de La Guajira, pero sí de contextualizar correctamente el análisis y derivar de ese propósito unas conclusiones serias sobre un tema que indiscutiblemente tiene profundas raíces nacionales.
Empecemos, doctor Jorge
Enrique Vélez, reconociendo que el Pueblo Wayuu tiene una basta y compleja
territorialidad en Colombia y Venezuela. El municipio de Uribia, que se dice es
la capital indígena de Colombia, solamente tiene casi 9000 kilómetros cuadrados
de extensión y es la entidad territorial de mayor área y caos en el
Departamento de La Guajira. Agreguémosle a esa realidad los índices geográficos
y demográficos de Manaure, gran parte de Riohacha, Maicao, Albania, Hato Nuevo,
Barrancas, Fonseca, Distracción, principalmente. Y para aproximarnos al
verdadero contexto sociológico y su complejidad, digamos que es de tal magnitud
el potencial poblacional Wayuu en el hermano país que sólo en la ciudad de
Maracaibo existen no menos de setenta populosos barrios habitados por familias
de la etnia, aparte del alto número de habitantes de Mara, Sinamaica, Moján,
Paraguaipoa, Guarero, Carretal, Guana, Machiques y muchas veredas y rancherías
de esta frontera caracterizadamente indígena. Pongámonos de acuerdo entonces en
que no es posible analizar unilateralmente la crisis del Pueblo Wayuu si no lo
hacemos mirando lo que ocurre en su dinámica binacional, máxime si la singular característica
política, cultural y geográfica del pueblo indígena nos obliga a comprender el
indispensable contexto integral de la etnia. Eso también explica en bastante
medida la generalizada aseveración de que el cierre abrupto de la frontera
colombo venezolana en el Zulia, constituyó un quiebre en la economía de la
población indígena, básicamente, precipitando lamentables niveles de
desabastecimiento, hambre, desnutrición y muertes asociadas a estos dramáticos
fenómenos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario