PAZ DURADERA
Por: Armando Pérez Araújo
Veintitrés
zonas veredales transitorias de normalización y ocho pequeños puntos de
normalización denominados campamentos representan los sitios donde se concentrarán
temporalmente los exguerrilleros de la FARC, llamémoslos así predictivamente,
mientras que en el resto del país los colombianos deberemos emprender la lucha
para ganar el plebiscito, o como se llame el mecanismo de refrendación de los
acuerdos, y contribuir con determinación y buen ejemplo permanentes a que en el
ejercicio de la política primen los valores de la democracia, el libre juego de
las ideas y el debate civilizado. La tarea dentro de los treinta y un lugares
de ubicación será ardua para el Gobierno Nacional, FARC y Naciones Unidas, pero
mucho más exigente el volumen de compromisos del estado colombiano y la
sociedad nacional que se generará en todo el territorio patrio. El meollo de
este propósito consiste en entender que lo que está firmado hasta ahora es sólo
el silencio de los fusiles y el fin de la guerra, también asumir que la paz no
está pintada en el papel, que no se puede ver ni tocar, que la paz se hace, se
edifica diariamente. Ese es el reto que tenemos los colombianos, construir la
paz, claro, más fácil ahora que estamos en la ruta de consolidarla, a pesar de
quienes irracionalmente se lucran de la guerra de manera evidente.
Otra gran pauta,
suficientemente explicada y difundida, es que la paz del país se tendrá que
construir a partir de cada territorio en particular, es decir, edificando las
acciones respectivas con un enfoque territorial. Para explicar con plastilina
lo que sería construir la paz para La Guajira como aporte a la paz duradera de
toda Colombia, digamos, en primer lugar, que no será suficiente que los
compatriotas de la EX FARC se congreguen temporalmente y juiciosos en las
cuatro hectáreas del campamento de Fonseca, ni que el estado cumpla sus
compromisos en ese perímetro, ni que la verificación impecable de las Naciones
Unidas en materia de dejación de armas y fin del conflicto sea la prevista en
los acuerdos de La Habana; que tampoco alcanzará la simple comprensión pasiva
de la sociedad guajira con la vocación pacífica y democrática de quienes
estuvieron haciendo la guerra durante casi sesenta años. Es menester, léase
bien, construir una nueva democracia activa, con valores políticos diferentes,
lo cual significa que la política tendrá que hacerse otorgándole respeto
político real y efectivo a la diversidad étnica y cultural. Dicho de manera más
pedagógica: que, independiente de los enclenques alcances de la Constitución
del 91 y de la gran reforma electoral que clama el país para toda la nación, la
sociedad departamental tendrá que consagrarse en la obtención de varios
objetivos específicos, entre ellos, proponer, defender y construir un régimen
electoral diferenciado para La Guajira. Vale decir, que la actividad que hoy
conocemos como "hacer política", tendrá que transformarse en la
defensa y permanente promoción de los derechos humanos de toda la sociedad. No
de otra forma se alcanzará la paz duradera. Nótese que en esta disquisición
pedagógica hemos eludido voluntariamente temas igualmente sensibles para la
búsqueda de la paz como son los atinentes a la salud, educación, territorio,
minería y ambiente, etcétera.
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