DIAGNÓSTICO PARA LA
PRÓXIMA GUAJIRA, INGREDIENTES PARA UNA ASAMBLEA
NACIONAL CONSTITUYENTE.
Por Armando
Pérez Araújo
Está empezando una nueva década llena
de problemas y expectativas. Seamos optimistas y digamos que llegó atiborrada
de esperanzas de cambio y hablemos sólo de ese cargazón de perspectivas
positivas que son las mismas que tiene el resto de los colombianos, más unas
muy locales y complejas que constituyen la única o mejor opción de
transformación, justicia y cambio real. La primera y gran tarea que tenemos
consiste en identificar a cuál de las tantas trabas sociales que aquejan a La
Guajira tendríamos que darle el carácter de principal objetivo para derribarla.
Sin temor a equivocarme debo decir que lo más considerable y jodido de los
tantos asuntos que interfieren nuestra particular dinámica de cambio es todo
aquello que tropieza con lo que podríamos denominar como los DERECHOS DE ACCESO
A LOS DERECHOS, que en el caso concreto de La Guajira se refieren a derechos de
gran jerarquía social y democrática: Empecemos por el Derecho al Acceso al Derecho
a la Participación que aquí no existe y sigue aplastado, muy a pesar de haber
sido considerado esencial para la apertura democrática del país en la
configuración del Acuerdo de Paz firmado en La Habana, Cuba. Allí se acordó que
era indispensable ampliar y cualificar la democracia como condición para lograr
las bases para forjar la paz, resaltando que era necesario entender que la
construcción de la paz verdadera es asunto definitivamente de todos, de la
sociedad en su conjunto y requiere de la participación efectiva de todas las
personas sin distinción. En este orden de ideas, la ciudadanía debería convidar
a partidos y movimientos políticos democráticos con representatividad local, y
a las organizaciones sociales ideológicamente afines, a conformar una unión de
fuerzas alternativas alrededor de la paz real con justicia social real en La
Guajira y comenzar a trabajar en temas de participación efectiva de todos los
sectores. Por diferentes razones, nuestra primera sugerencia es hacer posible
el acceso a la participación política y democrática de los sectores indígenas,
partiendo del indiscutible presupuesto de que es urgente hacer efectivo el
acceso al respeto a la diversidad étnica y cultural. Esta fundamental decisión
no debería esperar ni suscitar ninguna discusión, dado el enorme respaldo
normativo, nacional e internacional que tiene esta causa social y la
representatividad numérica de una decisoria población indígena, ya que estamos
hablando de no menos del 50% del censo total departamental, lamentablemente
excluido durante toda la vida. No obstante lo demoledor del argumento anterior
sabemos que hay corrientes retrógradas, unas, otras simplemente egoístas e
imbéciles, que no quieren o no les convienen saber nada del respeto a la
diversidad étnica y cultural. Hagamos entonces un poco de pedagogía con este
emblemático punto y destaquemos que el derecho de participación de los
indígenas aparece en teoría consagrado y reconocido en la Constitución Política
y en cuanta ley y tratado o convenio internacional existe, pero, al mismo
tiempo, frenado con miles de talanqueras para hacer efectivo el acceso a tan
importante derecho. La prueba reina de este desajuste es que en el Acuerdo de
La Habana el Capítulo Étnico del documento suscrito se limitó a ratificar la
normatividad en materia de derechos indígenas y recordarnos los principios de
no regresividad y progresividad de los mismos. Permítaseme advertir y recalcar
que porque he sugerido la prontitud con la que habría de asumirse el
indispensable acceso a la participación de los indígenas en la toma de las
decisiones políticas, no significa de ninguna manera que hemos desestimado la
importancia del acceso a esos mismos esenciales derechos de otros sectores
siempre marginados, por ejemplo, la población afro discriminada, la agenda
social de la mujer y de jóvenes políticamente discriminados, lo cual es
absolutamente indispensable para darles el carácter de sujetos políticos en la
vida pública de La Guajira y alcanzar el fortalecimiento de las organizaciones
y movimientos sociales. El compromiso del Estado al suscribir el Acuerdo de La
Habana fue distribuir equitativamente los recursos públicos destinados a los
partidos y movimientos políticos que ejerzan oposición política y darles de esa
manera mayores garantías para esa tarea democrática, lo cual constituye una trascendental
medida que no espera un minuto político más, mucho menos la revisión integral
del régimen electoral, que en el caso de La Guajira merece un capítulo aparte.
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