domingo, 15 de junio de 2025

UNAS PERLAS Y UN PAR DE JOYAS

Por Armando Pérez Araújo

A raíz del estudio que he estado haciendo sobre el diseño de una Acción Popular que resuelva el drama de ausencia de normas y mecanismos para garantizar y asegurarle un Cierre y Abandono de Mina Justo e Integral a La Guajira, del grande del Cerrejón, como lo hemos denominado de manera figurada, me he encontrado con la necesidad de entender y poder explicarle al presidente Petro, que será el principal destinatario procesal de dicha Acción Popular, cómo fue que hicieron los audaces gringos, sin disparar un solo tiro, para entrar al territorio guajiro y apoderarse de los sitios clave y adueñarse de lo que muy pronto fue la mina de carbón más grande del mundo y sus anexidades ferrocarrileras y portuarias. Una de las perlas jurídicas halladas en ese extenso expediente de violaciones y trampas, fue cómo inventaron el funcionamiento de una trinca fatal bien aceitada, usando a Carbocol S.A., como mecanismo de legitimación y de penetración, junto con el Incora e Intercor, filial de Exxon Mobil; y la otra perla, fue el demoledor invento de atribuirle al Incora la mendaz y patrañera competencia dizque de poder disponer del territorio wayuu a su antojo y acomodo, el acomodo era el de la familia Rockefeller, para lo cual fue menester sacar de la manga, a manera de instrumento embaucador, lo que fraguaron con el rimbombante nombre de Resguardo de la Media y Alta Guajira, y uno peor que ese, de peor calaña, denominado Reservas, que era la manera subrepticia de sustraer las destinadas al proyecto minero extranjero. El truco utilizado fue usar a Carbocol, empresa estatal, para solicitar a la otra estatal Incora, las tierras indispensables, para construir el puerto y la línea de la carretera y el ferrocarril. El secreto del embuste utilizado como argumento legal fue calificar de mala fe, esas tierras privadas del pueblo wayuu como baldías, es decir, tierras de la nación, a sabiendas que no lo eran, para obsequiárselas a la familia extranjera interesada. Siendo justos con la mentada familia norteamericana, al frente de tremendo ejercicio terrófago, estuvieron realmente, haciendo gala de su experticia y preparación para estructurar el ardid, fueron los adelantados y desvergonzados juristas de la patria, como suelen decir ahora, y seguramente políticos encumbrados de aquella época.

Una vez encombados, lo digo creyendo que es muy posible que el traqueto vocablo era utilizado para la época de 1984 en la sofisticada delincuencia del bajo mundo o, mejor, atrincherados, los cavernícolas de entonces tuvieron la necesidad de enfrentar la principal dificultad que era sortear la circunstancia de tropezar indefectiblemente con la territorialidad indígena, atravesada en los caminos mineros y portuarios de la seductora península de La Guajira, lo cual determinó la escogencia de los errados atajos jurídicos, por demás irresponsables e inverosímiles, como fue haber incurrido en el adefesio de tener que afirmar, sin el mínimo pudor, que el territorio indígena wayuu era susceptible de calificarse como tierra baldía.

Semejante exabrupto jurídico constituyó el primer gran paso para concretar el zarpazo fraudulento de que fue víctima la territorialidad del pueblo wayuu, pretendida por la más grande multinacional del mundo en ese momento, de propiedad de los más ricos del mundo, con fines de transporte y exportación de carbón, extrayendo del globo territorial indígena lo que necesitó el gobierno de entonces para satisfacer y complacer a los proponentes y prepotentes gringos, amancebados con súbditos y sirvientes colombianos, y entregárselo a título de aporte a la avispada familia norteamericana. Basta leer las tonterías argumentativas de la Resolución 015 de febrero 28 de 1984, del Incora, mediante la cual se constituyó el Resguardo de la Alta y Media Guajira, y las de la Resolución 28 de 19 de Julio de 1994 de la misma entidad, con la que se amplió el susodicho resguardo, para deducir la maniobra cómplice y feudataria. En ambos textos se mantiene incólume la palabreja baldía, erigida como el colmo de la desfachatez, de la defraudación y cinismo de los altos funcionarios de un país, contra el territorio de sus connacionales ancestrales y el derecho a su propio desarrollo. Parte de esa gran mentira de entonces fue hacerle creer al pueblo wayuu y a la sociedad colombiana en general, que le estaban regalando el resguardo a los indígenas, como si fuesen tierras de la nación, llamándolas baldías, advirtiendo con claridad indignante que se quedaban por fuera de la apariencia resguardatoria las tierras que necesitaba el proyecto minero, a las calificaron como Reservas. Es justo y útil precisar, que al frente de la Junta Directiva del Incora, como su presidente, a quién le cabe gran responsabilidad jurídica y política de haberle hurtado el territorio wayuu a sus propietarios, estaba la señora Cecilia López Montaño, firmando la Resolución de febrero de 1984, y diez años después, en julio de 1994, ampliando el mismo Resguardo, es decir, afirmando y ampliando el susodicho hurto sistemático de tierras, en el mismo cargo, aparece la firma del flamante doctor José Antonio Ocampo, ambas joyas, filtrados por los estructuradores del poder económico y terrateniente colombiano, insertados como garantistas del viejo y caduco establecimiento económico, estuvieron como ministros del gobierno del presidente Gustavo Petro Urrego, vestidos de actores de la transformación social ofrecida a los colombianos, aunque después pelaron el cobre denostando al primer mandatario por sus políticas sociales de cambio.

 

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