Derechos
Humanos y Empresas (1)
Por
Armando Pérez Araújo
El
tema de los Derechos Humanos y Empresas no sólo está de moda, sino que
constituye un imperativo de sostenibilidad jurídica y moral, a la luz del
derecho interno e internacional vigente y de estándares éticos acatados en el
planeta tierra y sus alrededores. Cuando hablamos de Empresas para estos
efectos, recalco, estamos hablando de las grandes organizaciones económicas de
todos los niveles y sectores de la economía, incluyendo desde los más altos
niveles financieros y bancarios hasta la muy controversial industria extractiva
multinacional. Pero recalquemos también y de una vez por todas que no es posible
tratar el tema de proteger, respetar y remediar los Derechos Humanos, por parte
del empresariado multinacional o transnacional, sin antes exigir lo mismo y
algo más a los Estados nacionales respectivos. Porque es a los Estados
soberanos a los que les cabe la primerísima, esencial e ineludible obligación
de proteger, respetar y remediar lo atinente a los derechos Humanos, de
conformidad con la normatividad internacional en la materia y con elementales
normas de decoro y pudor constitucional de cada país en particular. En Colombia
nos hemos acostumbrado a lo contrario, es decir, a desresponsabilizar al Estado
de sus obligaciones elementalísimas y mayores, como son las inherentes al
respeto y cuidado de los Derechos Humanos de los ciudadanos. Para demostrar el
aserto anterior tengo a la mano el ejemplo de lo ocurrido al respecto en La
Guajira, con el cual basta y sobra para realizar un nutrido debate sobre el
coyuntural tema. Empecemos diciendo que el Estado colombiano, en sus diferentes
niveles y esferas, ha estado ausente en La Guajira para todo aquello que le
compete en la órbita social del impacto minero, tal vez en el absurdo entendido
que de esa manera distante las multinacionales actuantes se sintieron mejor
atendidas y agradecidas, también, hay que reconocerlo como explicación pero no
como justificación, por la carencia de fortaleza institucional para actuar.
Hemos
predicado por muchos años la tesis de que una cosa es la responsabilidad social
empresarial y otra mucho más robusta y musculosa, la del Estado, que deviene
del poder soberano, administrativo y jurisdiccional, en lo que constituye la
obligación de proteger, respetar y remediar lo concerniente a los Derechos
Humanos. La responsabilidad estatal colombiana, a nivel central y
descentralizado, ha estado ausente y huyendo, por ejemplo, en lo que compete al
parámetro de los reasentamientos, voluntarios o no, y, además, ha contribuido a
prohijar el malformado criterio de que las únicas responsabilidades en ese
ámbito, estuvieron, están y estarán en cabeza de las multinacionales mineras,
llámese Exxon o Cerrejón, o cualquier otra empresa nacional o extranjera.
Semejante exabrupto es sólo comparable en su ridícula profundidad a la aseveración
de aquél Fiscal Seccional ante el Tribunal de La Guajira, Cardona Idárraga,
cuando afirmó o pretendió suponer que la expropiación, que es un negocio
público por excelencia, que es de exclusiva potestad estatal adelantarla, en el
caso de Tabaco fue instaurada por la particular y empresa extranjera Intercor,
filial de Exxon Mobil. (ver la parte pertinente en la Crónica sobre
la Destrucción de Tabaco www.rutajuridica.blogspot.com). Sigo con el ejemplo de los citados
reasentamientos, advirtiendo que este punto me apasiona, pues fui uno de los
que con más fuerza exigió de las autoridades estatales y de las empresas
mineras, realizar lo que en ese entonces era simplemente una mala palabra: La
Reubicación. Tuve la fortuna de hallar en La Guajira la oportunidad de
comprometer el tiempo de mi familia y el mío, y de arriesgar mi vida, inclusive,
cuando fue necesario, para defender eso, tan simple y elemental, que implicaba
el derecho a seguir viviendo de manera familiar y colectiva con todos los
ingredientes del ahora famoso “tejido social”. No ha habido un solo caso donde
no hayamos aportado un granito de arena en esa fundamental materia, en menor o
mayor grado, por lo que resulta imperioso y útil expresar nuestro punto de
vista sobre lo que constituye el elemento vertebrador de esta discusión de
ahora y con seguridad de un poco más adelante, cuando el país esté forzado a
examinar las obligaciones y derechos de las transnacionales sin estropear el
equilibro requerido para no espantar la inversión extranjera ni mucho menos
apabullar el respeto de los Derechos Humanos. Para explicar mejor lo anterior
traigo a colación lo que está ocurriendo en Roche, Patilla, Chancleta y Tabaco.
Los tres primeros corresponden a lo que se ha denominado reasentamientos y el último a un ejercicio pos judicial de reconstrucción física y del tejido social, cuyo
inmediato origen emana de una Sentencia de la Sala de Casación Civil de la
Corte Suprema de Justicia, que condenó, principalmente, al Estado colombiano,
en cabeza del Municipio de Hatonuevo, a realizar tareas reconstructivas con el
concurso de otras agencias oficiales y de los particulares involucrados en la
destrucción del corregimiento. El contexto de la citada Sentencia estuvo
concebido para proteger, respetar y remediar los Derechos Humanos, por parte
del Estado, sin excluir, claro que no, a
ninguno de los responsables, llámense entes públicos o terceros particulares.
Ya habrá la oportunidad de explicar y defender este ejercicio judicial,
enriquecido posteriormente con Acuerdos y Convenios, que hablan muy bien,
además, de lo que debe ser una buena práctica de reconciliación y reparación.
También el caso de Tabaco servirá para develar la existencia de microempresas
económicas y politiqueras que han pretendido lucrarse promoviendo la
inconveniente división de la comunidad para atajar o frenar el proceso. En este
momento esa no es la discusión.
Lo
concreto es lo siguiente: en cualquiera de los casos mencionados, y en otros
que por ahora no se hace necesario resaltar, en este momento se pueden mostrar
inversiones por parte de la empresa Cerrejón dirigidas a implementar la
construcción de los nuevos poblados, con el ingrediente de que las nuevas
viviendas vienen acompañadas de excelentes servicios públicos (agua 24 horas al día, etc., etc., que
no tienen las mejores ciudades del departamento, incluida la capital, ver
artículo Locomotora Social www.pensamientocaribe.blogspot.com). Ya no está en discusión si la empresa Cerrejón debe
asumir o no obligaciones respecto a financiar estos reasentamientos, pues de
hecho ya se ha echado al hombro en buena o aceptable medida esa responsabilidad.
Los extremos que ahora están en el tapete son si Cerrejón debe asumir todo, y
todo es todo, o si le cabe alguna o mucha responsabilidad al Estado colombiano
en el manejo social del impacto minero. Hay quienes sostienen lo primero. Yo
creo en que en esta como en tantas materias hay que ser equitativo y razonable.
Pienso, sencillamente, que debe haber un límite claro entre una y otra
responsabilidad. Milito en la ideología, y ahora no puedo dejar de ser
coherente con ella, de que es inconveniente e insensato admitir lo que se ha
denominado la captura del Estado por los particulares, y por lo tanto no
podemos, insisto, desresponsabilizar al Estado en asuntos que resultan
connaturales a su propia existencia y justificación como ente soberano. Cuando
se me ha preguntado: ¿cuántas viviendas se construirán en el Nuevo Tabaco o en
el Nuevo Roche o Patilla o Chancleta, Oreganal, Tamaquitos, etcétera? He
respondido invariablemente: ¡las que sean necesarias!, siempre añadiendo que
entre más soluciones reales contenga una decisión grande en términos de
vivienda colectiva, acompañada de empleo productivo, educación de buena
calidad, salud, etcétera, será mucho mejor para todos, incluyendo allí la
minería, por supuesto, porque eso es bueno para la paz de la región, no la paz
quimérica sino la paz real que todos nos merecemos. Pero una cosa es afirmar
eso y otra creer que todo tiene que hacerlo, impulsarlo y financiarlo la
empresa privada con sus ganancias o excedentes. Tendrá que aparecer por algún
lado la responsabilidad jurídica y social del Estado colombiano trayendo más viviendas
dignas, más colegios y universidades, instalando más proyectos productivos,
haciéndose responsable de la salud pública de buena calidad, conduciendo la
tarea de garantizar buenos servicios públicos. ¿Cómo podrá hacerlo?, es esa la
pregunta. Pero pongámonos de acuerdo, primero, de que tiene que hacerlo con
prontitud.
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