MI
LUCHA POR LA PAZ
Por: Piedad
Córdoba y Jaime Araújo Rentería
Nací en
Medellín y crecí entre esta ciudad, Buenaventura y el Chocó. He convivido con
la guerra de este país desde que tengo uso de razón y he sido víctima de ella
en más oportunidades que la gran mayoría de los colombianos. En
1999, mientras se resquebrajaban irremediablemente las negociaciones de paz en
El Caguán, yo, era miembro de la comisión de paz del congreso, y en razón de
mi cargo y por mandato del artículo 22 de la constitución, la búsqueda de la
paz era para mí, un deber de obligatorio cumplimiento. Como abogada, sabía que es un derecho fundamental de
naturaleza dual: ya que puedo defenderlo individualmente, o asociarme con otros
para defenderlo colectivamente y como todo derecho fundamental irrenunciable;
la consecuencia es que lo tenemos y aunque quisiéramos no podemos desprendernos
de él, y es superior a la responsabilidad que tiene el gobierno en el manejo
del orden público. El derecho a la paz, no está constitucionalmente
condicionado por el orden público y tenemos el deber de buscarla con mayor
razón cuando está alterado el orden público.
Por cumplir con mi deber constitucional, de buscar
la paz y encontrarles una salida pacífica a décadas de guerra en mi país, fui
secuestrada ese mismo año por hombres al mando de Carlos Castaño y trasladada
al Sur de Bolívar, allí recibí maltrato físico y sicológico por quienes me
custodiaban, en varias oportunidades fui incluso ultrajada y casi violada, y
estuve a punto de ser asesinada. Fue mi primer encuentro de frente con la
muerte.
Cuando salí de ese calvario tomé dos decisiones:
La primera fue tratar de que otros secuestrados como yo, pudieran también
recuperar su derecho a la libertad como yo lo había recuperado, no importaba si
eran ciudadanos comunes y corrientes, funcionarios públicos o miembros de las
fuerzas armadas, ya que todos tenían por igual su derecho a la libertad, como
era intrascendente el nombre de quien los hubiera secuestrado, pues todos
debían gozar de la libertad, como fue el caso de los feligreses secuestrados por el ELN en
la Iglesia La María de Cali, y la segunda, huir del país con mis hijos, tenía
que salvar mi vida y la de ellos. Después de vivir en carne propia el
sufrimiento personal y familiar que representa un secuestro, mi obligación
política y moral, era luchar por la libertad de cada una de esas personas.
Logré exiliarme con mis hijos en Canadá, país
que nos abrió las puertas y nos acogió durante 18 meses. Ya de vuelta, en mi
país, regresaron también las amenazas, y con ellas, los atentados contra mi
vida; pero no dudé ni un instante cuando el entonces presidente Álvaro
Uribe, me pidió y luego me autorizó para tratar de lograr un acuerdo humanitario
que le permitiera a los secuestrados, incluidos los de las Farc, volver a la libertad; lo que
implicaba que tenía que ir hasta donde estuvieran los secuestrados y pedirles a
sus secuestradores que los liberaran. Busqué ayuda y acompañamiento internacional, y
con mucho miedo y desconfianza, me inserté varias veces en la profundidad de la
selva colombiana para tratar de convencer a los jefes de esa guerrilla de que
dejaran a todas y cada una de esas personas. Mientras esto sucedía, diferentes
medios de comunicación iniciaron una campaña de desprestigio contra mí,
acusándome en todas las formas posibles de hacer parte de esa organización al
margen de la ley, y destruyendo sin compasión alguna mi buen nombre y el de mi
familia. Ya a los enemigos de la paz no les bastaba con secuestrarme, exiliarme
e intentar matarme, ya además querían destruirme moralmente a como diera lugar…
pero una vez más, yo no me iba a rendir.
Logré sin la más mínima ayuda del Gobierno
Nacional, e incluso, en buena medida en contra de su voluntad, que fueran
dejados en libertad muchos de los secuestrados no solo de las Farc, sino
también del ELN, porque aunque acá algunos lo desconocen y me acusan de ser de
ser fariana, yo también hice gestiones humanitarias para lograr las liberaciones de muchos de los
cautivos por parte de esta segunda guerrilla.
Pero mi relación con las organizaciones al
margen de la ley de este país en busca de la paz y la reconciliación no se ha
limitado solo a esos dos grupos, pocos colombianos se han sentado cara a cara
con tantos exjefes paramilitares y durante tantas horas como lo he hecho yo. Lo
hice inicialmente con muchos de ellos en conjunto, cuando me invitaron a una
reunión para pedirme perdón por mi secuestro, por los atentados de los cuales
fui víctima y por el sufrimiento que le causaron a mi familia, perdón que
concedí sin rencor alguno. Posterior a eso, también me reuní con casi todos
ellos, uno por uno, en las diferentes cárceles de los Estados Unidos con un
solo propósito, pedirles que, así como yo me reconcilié con ellos, ellos
también lo hicieran con el pueblo colombiano y que, a su regreso al país, se
convirtieran en gestores de paz y no de venganza y violencia.
A pesar de que mis gestiones humanitarias, me
han obligado a tratar con muchos hombres armados, a todos les he manifestado
que las diferencias entre las personas, incluidas las diferencias ideológicas,
no se dirimen a través de la violencia y mucho menos por medio de la violencia
de las armas, por esta misma razón, jamás he pertenecido en el pasado, a ningún
movimiento armado y mucho menos a ningún movimiento guerrillero, no pertenezco
ahora y no perteneceré en el futuro a ninguna organización armada. Como
demócrata, sé que la
democracia se refleja, no sólo en los fines que perseguimos, sino también en
los medios que utilizamos para lograrlos. Sé
que la diferencia entre un Estado democrático y uno dictatorial o totalitario,
no está dada por la existencia o ausencia de conflictos; ya que en toda sociedad
existen conflictos, situaciones de crisis; la diferencia está en la forma cómo
resolvemos los conflictos; en la manera como nos enfrentamos a quienes piensan
o son distintos a nosotros y especialmente a quienes tienen una cosmovisión
política diversa: Para los autócratas Nazi-Fascistas, en política, sólo hay
amigos o enemigos, no es posible otra opción. El enemigo debe someterse y si no
lo hace, hay que destruirlo. En la actitud ante el enemigo político se refleja
una diferencia fundamental entre la democracia y el totalitarismo
Nazi-fascista, pues el demócrata se enfrenta al enemigo político con la fuerza
de la razón, su método es la discusión y el dialogo y lo que busca es convencer
o persuadir y si esto no se logra, la manera de dirimir el conflicto es por
medio del juego de las mayorías y las minorías; en cambio el autócrata
Nazi-fascista se enfrenta al enemigo político con la razón de la fuerza, su
método es la violencia y el fin que persigue es someter a su adversario y si no
lo logra a las buenas lo logra a las malas, por la violencia, de toda clase,
torturándolo, desapareciéndolo o eliminándolo físicamente.
Hoy muchos me preguntan, incluso, con sorpresa,
por qué no soy la candidata presidencial de las Farc; mi respuesta es sencilla
y hoy más que siempre, evidente: No fui, no soy y no seré nunca de las Farc,
porque no comparto, ni he compartido jamás sus ideales, ni sus métodos.
Uno de los momentos más duros de toda esta lucha
política y social, lo viví cuando el entonces Procurador Alejandro Ordóñez me
sancionó y me inhabilitó por supuestamente hacer parte de esa guerrilla. Las
“pruebas” en las que se basó para esta decisión provenían de un computador
incautado tras el bombardeo al campamento del entonces cabecilla de las Farc,
Raúl Reyes. Computador que desde el principio perdió toda la cadena de
custodia, pues en vez de pasar a la Fiscalía apenas fue incautado, estuvo
primero varias semanas tanto en la Casa de Nariño como en el DAS, esta última,
entidad que en esa época se encontraba bajo el mando de hoy condenados
paramilitares. Años después, esa sanción fue tumbada por el Consejo de Estado y
apoyada por la Corte Suprema de Justicia, y hasta el mismo Ordóñez terminó
reconociendo que en dicho computador no se encontró ningún correo entre las
Farc y yo, y que lo único que había eran unos documentos digitales en los que
nombraban a una tal “Teodora de Bolívar”, documentos que al parecer fueron
puestos ahí durante las semanas en las que el computador estuvo en manos de
agentes del gobierno. Igual, una vez más, ya el daño estaba hecho, de nuevo mi
nombre empantanado hasta el límite. La persecución contra mí no ha tenido
misericordia ni ética alguna.
Como defensora de la paz, conozco la evolución de este derecho que va desde una
connotación negativa, a una positiva. Inicialmente se identificaba la paz con
la ausencia de guerra, o la ausencia de violencia a nivel interno e
internacional. Luego se amplió para cobijar también la ausencia de violencia
social y económica en las relaciones sociales.
Posteriormente adopta además una connotación positiva cuando se
le considera no sólo como una ausencia de violencia, sino, además, como una
cuestión de desarrollo, una forma de cooperación no violenta, igualitaria, no
explotadora, no represiva entre personas, pueblos y estados y modernamente se
considera que no es posible lograr la paz si no existe el respeto y realización
plena de los derechos civiles, políticos y económicos sociales culturales y de
solidaridad.
Mientras no haya derechos humanos no habrá paz como dice el
preámbulo de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, de la ONU:
“Considerando que la libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen por base
el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e
inalienables de todos los miembros de la familia humana”… y que es
“esencial que los derechos humanos sean protegidos por un régimen de derecho, a
fin de que el hombre no se vea compelido al supremo recurso de la rebelión
contra la tiranía y la opresión”, en
desarrollo de este mandato de toda la humanidad, se hace imperioso, ir más allá
del acuerdo de La Habana, en el tema de los derechos humanos,
No se puede tener el derecho a la paz si además de eso no se
tienen acciones positivas alrededor de los otros derechos del hombre: la salud,
la educación, la vivienda, el trabajo. Eso es muy importante, porque el proceso
de paz que nosotros queremos es un PROCESO DE PAZ con Justicia social y cuando
decimos justicia social decimos que haya más derechos.
Pocas personas han sufrido como mis hijos y yo,
no solo el flagelo y los embates de la guerra y de la persecución política y
criminal, sino el rechazo y el desprecio al que millones nos han sometido en
este país. Los insultos, escupitajos y hasta las agresiones físicas se
volvieron paisaje para nosotros, tanto en aeropuertos y en restaurantes, como
en cualquier otro lugar público por el simple hecho de pensar diferente, de
haber creído siempre en la paz en un país donde las mayorías siempre han
preferido la guerra.
A pesar de lo que hemos padecido mi familia y
yo, no cambiaría ni una sola de las decisiones que he tomado en mi vida; por la
paz y la gente pobre de este país y por los millones de víctimas que la guerra
ha dejado, vale apostarlo todo hasta el final.
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