sábado, 17 de febrero de 2024

 

MI LUCHA POR LA PAZ
Por: Piedad Córdoba y Jaime Araújo Rentería
Nací en Medellín y crecí entre esta ciudad, Buenaventura y el Chocó. He convivido con la guerra de este país desde que tengo uso de razón y he sido víctima de ella en más oportunidades que la gran mayoría de los colombianos. En 1999, mientras se resquebrajaban irremediablemente las negociaciones de paz en El Caguán, yo, era miembro de la comisión de paz del congreso, y en razón de mi cargo y por mandato del artículo 22 de la constitución, la búsqueda de la paz era para mí, un deber de obligatorio cumplimiento. Como abogada, sabía que es un derecho fundamental de naturaleza dual: ya que puedo defenderlo individualmente, o asociarme con otros para defenderlo colectivamente y como todo derecho fundamental irrenunciable; la consecuencia es que lo tenemos y aunque quisiéramos no podemos desprendernos de él, y es superior a la responsabilidad que tiene el gobierno en el manejo del orden público. El derecho a la paz, no está constitucionalmente condicionado por el orden público y tenemos el deber de buscarla con mayor razón cuando está alterado el orden público.

Por cumplir con mi deber constitucional, de buscar la paz y encontrarles una salida pacífica a décadas de guerra en mi país, fui secuestrada ese mismo año por hombres al mando de Carlos Castaño y trasladada al Sur de Bolívar, allí recibí maltrato físico y sicológico por quienes me custodiaban, en varias oportunidades fui incluso ultrajada y casi violada, y estuve a punto de ser asesinada. Fue mi primer encuentro de frente con la muerte.
Cuando salí de ese calvario tomé dos decisiones: La primera fue tratar
de que otros secuestrados como yo, pudieran también recuperar su derecho a la libertad como yo lo había recuperado, no importaba si eran ciudadanos comunes y corrientes, funcionarios públicos o miembros de las fuerzas armadas, ya que todos tenían por igual su derecho a la libertad, como era intrascendente el nombre de quien los hubiera secuestrado, pues todos debían gozar de la libertad, como fue el caso de los feligreses secuestrados por el ELN en la Iglesia La María de Cali, y la segunda, huir del país con mis hijos, tenía que salvar mi vida y la de ellos. Después de vivir en carne propia el sufrimiento personal y familiar que representa un secuestro, mi obligación política y moral, era luchar por la libertad de cada una de esas personas.
Logré exiliarme con mis hijos en Canadá, país que nos abrió las puertas y nos acogió durante 18 meses. Ya de vuelta, en mi país, regresaron también las amenazas, y con ellas, los atentados contra mi vida; pero
no dudé ni un instante cuando el entonces presidente Álvaro Uribe, me pidió y luego me autorizó para tratar de lograr un acuerdo humanitario que le permitiera a los secuestrados, incluidos los de las Farc, volver a la libertad; lo que implicaba que tenía que ir hasta donde estuvieran los secuestrados y pedirles a sus secuestradores que los liberaran. Busqué ayuda y acompañamiento internacional, y con mucho miedo y desconfianza, me inserté varias veces en la profundidad de la selva colombiana para tratar de convencer a los jefes de esa guerrilla de que dejaran a todas y cada una de esas personas. Mientras esto sucedía, diferentes medios de comunicación iniciaron una campaña de desprestigio contra mí, acusándome en todas las formas posibles de hacer parte de esa organización al margen de la ley, y destruyendo sin compasión alguna mi buen nombre y el de mi familia. Ya a los enemigos de la paz no les bastaba con secuestrarme, exiliarme e intentar matarme, ya además querían destruirme moralmente a como diera lugar… pero una vez más, yo no me iba a rendir.
Logré sin la más mínima ayuda del Gobierno Nacional, e incluso, en buena medida en contra de su voluntad, que fueran dejados en libertad muchos de los secuestrados no solo de las Farc, sino también del ELN, porque aunque acá algunos lo desconocen y me acusan de ser de ser fariana, yo también
hice gestiones humanitarias para lograr las liberaciones de muchos de los cautivos por parte de esta segunda guerrilla.
Pero mi relación con las organizaciones al margen de la ley de este país en busca de la paz y la reconciliación no se ha limitado solo a esos dos grupos, pocos colombianos se han sentado cara a cara con tantos exjefes paramilitares y durante tantas horas como lo he hecho yo. Lo hice inicialmente con muchos de ellos en conjunto, cuando me invitaron a una reunión para pedirme perdón por mi secuestro, por los atentados de los cuales fui víctima y por el sufrimiento que le causaron a mi familia, perdón que concedí sin rencor alguno. Posterior a eso, también me reuní con casi todos ellos, uno por uno, en las diferentes cárceles de los Estados Unidos con un solo propósito, pedirles que, así como yo me reconcilié con ellos, ellos también lo hicieran con el pueblo colombiano y que, a su regreso al país, se convirtieran en gestores de paz y no de venganza y violencia.

A pesar de que mis gestiones humanitarias, me han obligado a tratar con muchos hombres armados, a todos les he manifestado que las diferencias entre las personas, incluidas las diferencias ideológicas, no se dirimen a través de la violencia y mucho menos por medio de la violencia de las armas, por esta misma razón, jamás he pertenecido en el pasado, a ningún movimiento armado y mucho menos a ningún movimiento guerrillero, no pertenezco ahora y no perteneceré en el futuro a ninguna organización armada. Como demócrata, sé que la democracia se refleja, no sólo en los fines que perseguimos, sino también en los medios que utilizamos para lograrlos. Sé que la diferencia entre un Estado democrático y uno dictatorial o totalitario, no está dada por la existencia o ausencia de conflictos; ya que en toda sociedad existen conflictos, situaciones de crisis; la diferencia está en la forma cómo resolvemos los conflictos; en la manera como nos enfrentamos a quienes piensan o son distintos a nosotros y especialmente a quienes tienen una cosmovisión política diversa: Para los autócratas Nazi-Fascistas, en política, sólo hay amigos o enemigos, no es posible otra opción. El enemigo debe someterse y si no lo hace, hay que destruirlo. En la actitud ante el enemigo político se refleja una diferencia fundamental entre la democracia y el totalitarismo Nazi-fascista, pues el demócrata se enfrenta al enemigo político con la fuerza de la razón, su método es la discusión y el dialogo y lo que busca es convencer o persuadir y si esto no se logra, la manera de dirimir el conflicto es por medio del juego de las mayorías y las minorías; en cambio el autócrata Nazi-fascista se enfrenta al enemigo político con la razón de la fuerza, su método es la violencia y el fin que persigue es someter a su adversario y si no lo logra a las buenas lo logra a las malas, por la violencia, de toda clase, torturándolo, desapareciéndolo o eliminándolo físicamente.

Hoy muchos me preguntan, incluso, con sorpresa, por qué no soy la candidata presidencial de las Farc; mi respuesta es sencilla y hoy más que siempre, evidente: No fui, no soy y no seré nunca de las Farc, porque no comparto, ni he compartido jamás sus ideales, ni sus métodos.
Uno de los momentos más duros de toda esta lucha política y social, lo viví cuando el entonces Procurador Alejandro Ordóñez me sancionó y me inhabilitó por supuestamente hacer parte de esa guerrilla. Las “pruebas” en las que se basó para esta decisión provenían de un computador incautado tras el bombardeo al campamento del entonces cabecilla de las Farc, Raúl Reyes. Computador que desde el principio perdió toda la cadena de custodia, pues en vez de pasar a la Fiscalía apenas fue incautado, estuvo primero varias semanas tanto en la Casa de Nariño como en el DAS, esta última, entidad que en esa época se encontraba bajo el mando de hoy condenados paramilitares. Años después, esa sanción fue tumbada por el Consejo de Estado y apoyada por la Corte Suprema de Justicia, y hasta el mismo Ordóñez terminó reconociendo que en dicho computador no se encontró ningún correo entre las Farc y yo, y que lo único que había eran unos documentos digitales en los que nombraban a una tal “Teodora de Bolívar”, documentos que al parecer fueron puestos ahí durante las semanas en las que el computador estuvo en manos de agentes del gobierno. Igual, una vez más, ya el daño estaba hecho, de nuevo mi nombre empantanado hasta el límite. La persecución contra mí no ha tenido misericordia ni ética alguna.

Como defensora de la paz, conozco la evolución de este derecho que va desde una connotación negativa, a una positiva. Inicialmente se identificaba la paz con la ausencia de guerra, o la ausencia de violencia a nivel interno e internacional. Luego se amplió para cobijar también la ausencia de violencia social y económica en las relaciones sociales.

Posteriormente adopta además una connotación positiva cuando se le considera no sólo como una ausencia de violencia, sino, además, como una cuestión de desarrollo, una forma de cooperación no violenta, igualitaria, no explotadora, no represiva entre personas, pueblos y estados y modernamente se considera que no es posible lograr la paz si no existe el respeto y realización plena de los derechos civiles, políticos y económicos sociales culturales y de solidaridad.

Mientras no haya derechos humanos no habrá paz como dice el preámbulo de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, de la ONU: “Considerando que la libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana”… y que es “esencial que los derechos humanos sean protegidos por un régimen de derecho, a fin de que el hombre no se vea compelido al supremo recurso de la rebelión contra la tiranía y la opresión”,  en desarrollo de este mandato de toda la humanidad, se hace imperioso, ir más allá del acuerdo de La Habana, en el tema de los derechos humanos,

No se puede tener el derecho a la paz si además de eso no se tienen acciones positivas alrededor de los otros derechos del hombre: la salud, la educación, la vivienda, el trabajo. Eso es muy importante, porque el proceso de paz que nosotros queremos es un PROCESO DE PAZ con Justicia social y cuando decimos justicia social decimos que haya más derechos.

Pocas personas han sufrido como mis hijos y yo, no solo el flagelo y los embates de la guerra y de la persecución política y criminal, sino el rechazo y el desprecio al que millones nos han sometido en este país. Los insultos, escupitajos y hasta las agresiones físicas se volvieron paisaje para nosotros, tanto en aeropuertos y en restaurantes, como en cualquier otro lugar público por el simple hecho de pensar diferente, de haber creído siempre en la paz en un país donde las mayorías siempre han preferido la guerra.
A pesar de lo que hemos padecido mi familia y yo, no cambiaría ni una sola de las decisiones que he tomado en mi vida; por la paz y la gente pobre de este país y por los millones de víctimas que la guerra ha de
jado, vale apostarlo todo hasta el final.

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