PIEDAD
CÓRDOBA
Por Armando Pérez Araújo
No hay nada que no se haya dicho de esta inteligentísima e
íntegra mujer, llena de excelsas virtudes y contradicciones, como dijera Martí
de Bolívar, todas controvertidas y exhibidas durante su prolífera y agitada vida
intelectual y política, de tenaz luchadora por la inclusión y la paz, con más
razón a partir de su inesperado deceso la semana pasada. Hace varios años, el
azar y también la ruta y rutina indigenista y afrocolombianista de ambos, nos
permitieron coincidir en el Cabo de la Vela, en la Ranchería de Jareena, lugar
de reflexión e inspiraciones, a un par de metros del mar, en el marco de una
espléndida noche de luna, de brisas y recuerdos. Hablamos, con la mayor
obviedad y naturalidad, de su amistad y admiración por el Presidente Chaves, ya
fallecido, lo mismo que con el Presidente de entonces, Nicolás Maduro y su
señora Cilia Flórez. Ya eran aquellos días, cuando era pecado ser amigo o
partidario del gobierno venezolano, pero ella era orgullosamente socialista y
chavista, además, no ocultaba sus preferencias y fascinación por los líderes
del hermano país. Al contrario, mientras
más se censuraba al castrochavismo en
el país, ella se esforzaba más por mantenerse erguida y firme alrededor de las
ideas y postulados del líder venezolano. Esa noche también se explayó en
argumentos políticos para anunciar sin sutilezas su decisión de distanciarse y
romper con las directivas oficiales del Partido Liberal. Percibí, desde
entonces, que Piedad Córdoba era imparable, inatajable, de alto vuelo
democrático, cual Chaves, o Castro, Gaitán o Galán, que su destino, casi
inevitable, sería ocupar el solio presidencial. Se dice, hoy después de la
noticia de su partido, que la mataron las traiciones y deslealtades, que su
corazón no aguantó las ingratitudes y perfidias, tampoco las asechanzas y
zancadillas de la fauna carroñera y envenenada que hoy surge de los albañales
de la politiquería.
Hacen dos o
tres meses, recibí una llamada telefónica del doctor Jaime Araújo Rentería,
quien fuera su fórmula vicepresidencial en su intento de llegar al solio de
Bolívar, diciéndome que la senadora Piedad Córdoba, estaba muy interesada y
decidida de integrarse a la Causa Colombia, fortaleciendo la Causa Pacífico de
sus paisanos y la Causa Caribe nuestra que se halla en plena ebullición. No fue
posible reunirnos en Bogotá por motivos de salud de la Senadora, que ya
empezaba de manera seria y creciente a complicarse. La dinámica de esta
iniciativa quedó golpeada con la partida de la gran líder, de ninguna manera
frustrada ni tronchada. Sabemos, por ejemplo, que la bandera de una nueva y
popular Asamblea Nacional Constituyente, uno de sus últimos sueños, quedó en
las buenas manos de Araújo Rentería y de una pléyade de personalidades de
nuestra democracia.
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