jueves, 15 de octubre de 2015

DIOMEDES, víctima de la sociedad.
Es legítima la discusión sobre si se le otorga o no un reconocimiento a la obra artística de Diomedes Díaz. No faltaba más, es el Congreso de la República el escenario para este y otros tipos de debates. Lo que no debería suceder es que a propósito de la exaltación de su obra artística se revivan lamentables episodios de la accidentada vida personal del tremendo cantante y compositor. Bajo la gravedad de juramento me adelanto a expresar lo siguiente: En el Congreso de la República no hay un parlamentario, uno solo, de la izquierda o de la derecha, que pueda decir que jamás bailó y se deleitó con la música y poesía del formidable artista guajiro, antes o después de las acusaciones o conjeturas que se tejieron en su contra, a raíz de los evidentes escándalos que trascendieron. En gracia de discusión, y en vista de que es inevitable el debate que ya está encendido, se me ocurre sugerirles a los Honorables Representantes revisar el contexto social de la vida personal del niño y del ciudadano colombiano que luego se formó como extraordinario y fenomenal cantante y compositor, así las novelas o telenovelas ayuden o hubiesen ayudado a volver trizas su siempre discutido prestigio personal. El discreto aporte que deseo sugerir a la edificación del ideal justo contexto es el siguiente: que no se les olvide, a la hora del juzgamiento de su vida personal, que el joven Diomedes Díaz, cuando apenas despuntaba como cantante, cuando comenzó a hacer sus primeros pininos artísticos, tuvo que desenvolverse inevitablemente en el medio contemporáneo de su época. Era nada menos ni nada más que la fase explosiva de la marimba. De la mano del marimbero, que fue una versión legítima, obviamente ilegal, de lo que hoy constituye el execrable y censurable delito internacional del narcotráfico. Fue en ese escenario sicosocial que el joven guajiro se desenvolvió, cuando la sociedad de la costa celebraba con ruido y extravagancias musicales el silente y libre ejercicio de los poderosos traficantes del interior y el exterior del país. Cuando la respetable y prestigiosa Iglesia Católica, a través de sus pastores, bendecía fincas y mansiones de marimberos, grandes y pequeños. Era el momento en el que la revista Time afirmaba que “las multimillonarias ganancias de los narcotraficantes ya no van a sus bolsillos sino que se invierten en las bolsas de Bogotá, Tokio o Nueva York o se destinan a empresas prestigiosas”. En ese mundo de malas influencias, desafortunadamente legitimadas, se forjó el hombre y sobresalió el poeta, descolló el cantante y, gústenos o no, se catapultó el género musical del vallenato, cuyos atributos no admiten discusión alguna. Cuando la sociedad estaba cruzada de brazos y amancebada con las influencias del narcotráfico, cuando gran parte de nuestra juventud se alistaba para engrosar tantas bandas criminales, unas armadas y otras amangualadas en los diferentes escenarios, la política no es la excepción, Diomedes, sin la orientación de ninguna agencia estatal, en medio de tanto mal ejemplo generalizado, logró imponerse como el gran Cacique de La Junta, pese a defectos y censuras.
Estoy seguro que la Cámara se ingeniará, sin hipocresía alguna, para redactar un buen homenaje a Diomedes Díaz, a su obra artística, que habla por sí sola. Si no hay mayorías para eso, no hay nada que hacer. Lo que no puede suceder es que el debate serio se eluda, se desvíe o se degrade por carencia de un justo contexto.

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